No podré olvidar el primer día que le conocí. El curso se había iniciado hacía algunos meses, por lo que mi entrada en clase fue como querer ver la función de teatro cuando salen los espectadores.
Ninguno de los profesores que nos habían impartido sus enseñanzas hizo la menor alusión a mi presencia, para ellos era totalmente invisible, pero cuando entró el sr. Hugón, su entrada fué totalmente diferente a la de sus compañeros. Ya desde la puerta se hizo notar su presencia con su original saludo: "¿como estais, pueblo?" y con la mano en alto, saludando a ambos lados del pasillo, llegó hasta la tarima, se sentó en la mesa y sin borrar la sonrisa de su cara, inició la clase de la árida contabilidad.
Creo que me hubiera enterado más del contenido de la materia si esta hubiera sido ruso, pero allí estaba yo, dispuesta a comerme el mundo, tuviera que vencer las dificultades que tuviera, presentes y futuras, yo estaba dispuesta a triunfar me costara lo que me costara, pero ¡hay, no contaba con el profe que tenia delante de mi!
Transcurre la clase con normalidad pero antes de terminar se fija en mi presencia y como un rayo me lanza la pregunta:
-¿quién la ha dejado entrar en clase? y a continuación, sin dejarme responder, me lanza
-¿el director, verdad? -me dice en un tono de voz que no quedaba duda, -el que mandaba era él.
Igual que el azucar se diluye en el agua, yo me diluia en el pupitre, cada vez me escondía más, apenas me llegaba la barbilla a la mesa. Estaba tan aturdida que no sabia que hacer, si desintegrarme yo o desintegrarlo a él con un rayo milagroso que fluyera de mis asustados ojos.
Cuando salimos de clase, se me acerca un compañero, y a modo de darme ánimos, pero que no tuvo éxito me dice:
-¡Ten cuidado, que no se fije en tí, de lo contrario no te dejará el resto del curso!
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